Con dos lágrimas, una en cada ojo, le dije que era una pena que aún en ese punto de la situación (porque ya no era una relación), me siguiese mintiendo y no me dijera a la cara que ya no me amaba, que así de simple era la cosa, que me haría un favor para ayudarme a olvidarlo. Pero no. Aún habitaba el país de los cobardes y caraduras. Así que mientras me terminaba la cerveza que tomaba pensé: ¿por qué no me siento tan mal?, ¿por qué mis ganas de asesinarlo se habían desvanecido? Y claro, la respuesta es simple. Las decepciones tras decepciones aniquilan el amor como el Raid a las cucarachas. Así que me paré, no le di ni medio beso y le dije: yo sí tengo algo que decirte y es bien cortito, ya no te quiero, chau.
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