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jueves, 5 de febrero de 2009

Con dos lágrimas, una en cada ojo, le dije que era una pena que aún en ese punto de la situación (porque ya no era una relación), me siguiese mintiendo y no me dijera a la cara que ya no me amaba, que así de simple era la cosa, que me haría un favor para ayudarme a olvidarlo. Pero no. Aún habitaba el país de los cobardes y caraduras. Así que mientras me terminaba la cerveza que tomaba pensé: ¿por qué no me siento tan mal?, ¿por qué mis ganas de asesinarlo se habían desvanecido? Y claro, la respuesta es simple. Las decepciones tras decepciones aniquilan el amor como el Raid a las cucarachas. Así que me paré, no le di ni medio beso y le dije: yo sí tengo algo que decirte y es bien cortito, ya no te quiero, chau.

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